¡Gran sabiduría: Darle el primer lugar a Dios!
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REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO
Mateo 22, 34-40
Lectura del día de hoy
Del Libro de Rut 1, 1.3-6.14b-16.22:
En tiempo de los Jueces, hubo hambre en el país, y un individuo emigró, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab.
Elimelec, el marido de Noemí murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos.
Al enterarse de que el Señor se había ocupado de su pueblo, dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab.
De nuevo rompieron a llorar. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.
Noemí le dijo:
-Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella.
Pero Rut contestó:
-No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, yo viviré tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios.
Así fue cómo Noemí, con su nuera Rut la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.
Palabra de Dios, Te alabamos Señor.
Salmo del día de hoy
Salmo (146) 145,5-6ab.6c-7.8-9a.9bc-10:
Alaba, alma mía, al Señor.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra, el mar, y cuanto hay en él.
Alaba, alma mía, al Señor.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos, el Señor liberta a los cautivos.
Alaba, alma mía, al Señor.
El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.
Alaba, alma mía, al Señor.
Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.
Alaba, alma mía, al Señor.
Evangelio del día de hoy
Del Santo Evangelio según San Mateo 22, 34-40:
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
– «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
– «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Estos dos mandamientos sostienen la Ley y los profetas.
Palabra del Señor, Gloria a ti Señor Jesús.
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TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES
La primera lectura que nos presenta hoy la liturgia de la Iglesia, nos habla del comienzo del libro de Rut, la mujer moabita que en fidelidad a la religión de su suegra Noemí, no se separa de ella más allá de la muerte de su esposo y el hijo de Noemí, y aunque ella le insiste en que siga su camino en la vida pues no han quedado hijos que puedan unirlas como familia, una como madre y la otra como abuela; Rut responde a Noemí (su suegra): “No insistas en que vuelva a mi tierra y te abandone, iré a donde tú vayas, viviré donde tú vivas, tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, (siendo ella una moabita), será mi Dios”, y se convertirá precisamente al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Pero como es ese Dios nos lo explica el salmo de hoy que nos invita a la alabanza divina y a reconocer que Dios siempre hace opción por el débil, por eso en sus estrofas meditamos: “Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él; que mantiene su fidelidad perpetuamente”. Y continuará diciendo: “El Dios de estos padres, Abrahán, Isaac y Jacob, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza el camino de los que ya se doblan, ama a los hombres justos, guarda a los peregrinos”. Y terminará diciendo: “Sostiene al huérfano y a la mujer viuda, trastorna y equivoca el camino del malvado. El Señor que es bueno, reina eternamente”.
Este es el Dios que seguimos, y este salmo nos prepara para entender el evangelio de hoy. Cuando los fariseos para poner a prueba a Jesús en unión con algunos escribas le preguntan: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de las 613 normas que tenemos? (365 prohibiciones y 248 mandatos para un total de 613 leyes)”. Y Jesús les da una preciosa síntesis: “La única ley, la más importante, la central de todas, es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente; y la segunda es amar al prójimo como a nosotros mismos”. Y concluirá diciendo Jesús: “Que en estos dos mandatos se sustenta y se basa toda la ley de Moisés y todo el mensaje de los profetas”. Es el triple amor, en primerísimo lugar a Dios, en segundo término, amar a los otros como nos amamos a nosotros mismos. Pero ¿qué enseñanza nos puede quedar para nuestra vida?
Descubramos que la Iglesia fundada por Cristo tiene que obedecer este mandato y toda su legislación, toda su clasificación, toda su jerarquización está ordenada, a buscar el amor más grande que es la suprema salvación de las almas. Todo lo que un sacerdote, un obispo, el mismo Papa, están llamados a ser, a declarar, busca la suprema regla, la suprema norma, la más alta de todas ¡la salvación de las almas! El acto más grande de amor no es dar bienes, dar estudio o educación a una persona, sino llevarla a Dios y sobre todo, sacarla de su ceguera y mostrarle el camino más alto de salvación de su propia vida. En esa misma línea podríamos recordar textos paulinos preciosos, que nos hablan como síntesis de la ley de Dios: “A nadie debas nada más que amor, porque en el amar se cumple la ley entera de Dios”. Todo lo demás son arandelas, todo lo otro son añadiduras, todo lo que podamos agregar son accesorios, pero en lo que no nos podemos equivocar, es que la vida de un cristiano se centra en ¡Amar a Dios en primerísimo lugar! y ¡Amar a los otros como a nosotros mismos! Y estos tres amores no pueden deslindarse, la medida del amor a Dios pasa por el amor a los demás y a ti mismo, y la medida del amor a ti mismo si es sano, pasa por el amor a Dios y a los demás. No puedes decir que amas a Dios si no amas a tus hermanos o no puedes decir que el amor a ti mismo es sano si no eres capaz de amar a Dios y amar a los otros.
Hoy, en un mundo de tanto egoísmo, de mucha superficialidad, donde la materialidad de la vida parece consumirnos y consumarlo todo, tenemos que reconocer una vocación trascendente, una misión más alta que la de simplemente comer y beber, jugar, disfrutar, dormir y morir. Nuestra misión, a diferencia de nuestras mascotas, es la de trascender y solo se trasciende por la fuerza del amor. En la vida sólo hay sentido cuando amamos, de hecho como lo hemos afirmado en otras oportunidades, cuando Dios ocupa el primer lugar en nuestro corazón, cuando lo amamos a Él con todas nuestras fuerzas, sufrimos menos, vivimos mejor por la sencilla razón de que no colocamos como centro de nuestra vida nada del mundo que pasa, que se acaba, que termina y por eso nos genera ansiedad y temor; sino que colocamos como eje de nuestra existencia, el amor incondicional e inquebrantable de Dios que no pasa, no termina. Por eso ese primer mandamiento de la ley de Dios, ¡Amarlo a Él con todo el corazón!, es fuente no sólo de plenitud de vida, sino de paz interior y de esperanza, porque como decía el apóstol san Pablo: “Más allá de pruebas y tribulaciones, permanece el apóstol tranquilo, porque sabe en quien ha puesto toda su vida, en quien ha puesto toda su confianza”.
Que el Señor te bendiga en abundancia en este día, en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.