¡Domingo de Ramos!

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REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO Mateo 26, 14-27,66 o Mateo 27, 11-54 Lectura del día de hoy Lectura del libro de Isaías 50, 4-7 El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. V/. «Palabra de Dios». R/. «Te alabamos Señor». Salmo del día de hoy Salmo 22 (21), 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere». R/. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R/. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. «Los que temen al Señor, alábenlo; linaje de Jacob, glorifíquenlo; témanlo, linaje de Israel». R/. Segunda lectura del día de hoy Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11 Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. V/. «Palabra de Dios». R/. «Te alabamos Señor». Evangelio del día de hoy Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26, 14 ─ 27, 66 C (Cronista): En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: S (Otros personajes): «¿Qué están dispuestos a darme si se lo entrego a ustedes?». C: Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. C: El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: S: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». C: Él contestó: † (Jesús): «Vayan a la ciudad, a casa de quien ustedes saben, y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». C: Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. C: Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: †: «En verdad les digo que uno de ustedes me va a entregar». C: Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: S: «¿Soy yo acaso, Señor?». C: Él respondió: †: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de Él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». C: Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: S: «¿Soy yo acaso, Maestro?». C: Él respondió: †: «Tú lo has dicho». C: Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: †: «Tomen, coman: esto es mi Cuerpo». C: Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: †: «Beban todos; porque esta es mi Sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y les digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre». C: Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos. C: Entonces Jesús les dijo: †: «Esta noche se van a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré delante de ustedes a Galilea». C: Pedro replicó: S: «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré». C: Jesús le dijo: †: «En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». C: Pedro le replicó: S: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». C: Y lo mismo decían los demás discípulos. C: Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: †: «Siéntense aquí, mientras voy allá a orar». C: Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: †: «Mi alma está triste hasta la muerte; quédense aquí y velen conmigo». C: Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: †: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú». C: Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: †: «¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y oren para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». C: De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: †: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu Voluntad». C: Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: †: «Ya pueden dormir y descansar. Miren, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vamos! Ya está cerca el que me entrega». C: Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: S: «Al que yo bese, ese es: préndanlo». C: Después se acercó a Jesús y le dijo: S: «¡Salve, Maestro!». C: Y lo besó. Pero Jesús le contestó: †: «Amigo, ¿a qué vienes?». C: Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con Él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: †: «Envaina la espada; que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?». C: Entonces dijo Jesús a la gente: †: «¿Han salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas». C: En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. C: Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando, se sentó con los criados para ver cómo terminaba aquello. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: S: «Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”». C: El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: S: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?». C: Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: S: «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». C: Jesús le respondió: †: «Tú lo has dicho. Más aún, yo les digo: desde ahora verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo». C: Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: S: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acaban de oír la blasfemia. ¿Qué deciden?». C: Y ellos contestaron: S: «Es reo de muerte». C: Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo: S: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado». C: Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo: S: «También tú estabas con Jesús el Galileo». C: Él lo negó delante de todos diciendo: S: «No sé qué quieres decir». C: Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: S: «Este estaba con Jesús el Nazareno». C: Otra vez negó él con juramento: S: «No conozco a ese hombre». C: Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: S: «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata». C: Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: S: «No conozco a ese hombre». C: Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y, saliendo, lloró amargamente. C: Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. C: Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo: S: «He pecado entregando sangre inocente». C: Pero ellos dijeron: S: «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!». C: Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron: S: «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre». C: Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor». C: Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: S: «¿Eres tú el rey de los judíos?». C: Jesús respondió: †: «Tú lo dices». C: Y, mientras lo acusaban, los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: S: «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?». C: Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: S: «¿A quién quieren que les suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?». C: Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: S: «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él». C: Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: S: «¿A cuál de los dos quieren que les suelte?». C: Ellos dijeron: S: «A Barrabás». C: Pilato les preguntó: S: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?». C: Contestaron todos: S: «Sea crucificado». C: Pilato insistió: S: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». C: Pero ellos gritaban más fuerte: S: «¡Sea crucificado!». C: Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: S: «Soy inocente de esta sangre. ¡Haya ustedes!». C: Todo el pueblo contestó: S: «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». C: Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. C: Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de Él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante Él la rodilla, se burlaban de Él diciendo: S: «¡Salve, rey de los judíos!». C: Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. C: Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; Él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. C: Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían: S: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». C: Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: S: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”». C: De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con Él lo insultaban. C: Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: †: «¿Elí, Elí, lemá sabaqtaní?». C: (Es decir: †: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). C: Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: S: «Está llamando a Elías». C: Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: S: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». C: Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. Todos se arrodillan, y se hace una pausa. C: Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: S: «Verdaderamente este era Hijo de Dios». C: Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo. José puso en su sepulcro nuevo el Cuerpo de Jesús C: Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el Cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el Cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. C: A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: S: «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor estando en vida anunció: “A los tres días resucitaré”. Por eso ordena que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”. La última impostura sería peor que la primera». C: Pilato contestó: S: «Ahí tienen la guardia: vayan ustedes y aseguren la vigilancia como saben». C: Ellos aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y colocando la guardia. Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES La primera lectura tomada del libro de Isaías capítulo 50, versículos 4 al 7, que se repetirá también el próximo miércoles Santo, nos habla del tercer cántico del siervo doliente de Yahvé, nos muestra cómo proféticamente Isaías, hablará de un Mesías Salvador, al cual Dios le ha dado lengua y boca de discípulo, para saber hablar y exhortar al hombre triste y abatido, para darle una palabra de consuelo; pero también habla del profundo sufrimiento de este siervo doliente, cuando afirmará Isaías: “Yo no me resistí, ni me eché atrás ante el sufrimiento, ofrecí la espalda a los que me golpeaban las mejillas, a los que jalaban mi barba, no escondí mi rostro ante ultrajes y salivazos”; y en el fondo afirmará con grande confianza: “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes, por eso endurecía el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”. Pero a renglón seguido viene el salmo precioso número 21, que es un grito desde el fondo del alma, cuando el salmista clama a Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza, dicen los malvados, acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libere si tanto lo quiere” y el hombre víctima del odio humano, dirá en el salmo 21 “me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica, pero tu Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme”. Es el grito del hombre que en medio de la sevicia, de la violencia y del odio humano, sabe colocar, sabe poner toda su confianza en el Padre de los cielos. En esta misma línea, encontraremos la segunda lectura de este domingo de Ramos, de san Pablo a los Filipenses, cuando claramente el apóstol de los gentiles, habla de que Jesús, obedeciendo el plan sabio, misterioso y providente de Dios, se humilló a sí mismo, y por esa humillación en la cruz, Dios lo exaltó sobre todo nombre. Como la obediencia a Dios, nos hace seres humanos nuevos, más allá del escándalo de la crucifixión y de la muerte, camino necesario para la verdadera vida, para la resurrección. Toda estas lecturas, la primera de Isaías y el salmo 21, la Carta de Pablo a los Filipenses, nos preparan para entender, la lectura de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo, contenida en los capítulos 26 y 27 de dicho evangelista, donde reconocemos claramente tres palabras centrales. La primera, el amor que es fecundo, el amor que es entregado, el amor que celebramos precisamente al comienzo del Triduo Sacro o Sagrado de Pascua el jueves santo; el amor que se manifiesta en Cristo, donado en seres humanos pecadores, pero con el poder de consagrar el pan de vida, ¡los sacerdotes! El amor de Cristo en el Pan de vida eterna, la Eucaristía y el amor de Cristo en ese mandamiento nuevo expresado precisamente a través del servicio humilde en el lavatorio de los pies. Así comenzamos el Triduo Sagrado de Pascua, mostrando como el testamento, la síntesis de toda la vida de Jesús y por tanto la síntesis de toda la vida de los cristianos: ¡Debe ser amarnos con humildad y sacrificio como el que lava los pies a los demás, y donarnos como Jesús se dona, en el Pan de la Eucaristía! Pero en un segundo momento, este relato de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo, ya no nos habla solamente del amor, sino del amor entregado, llevado hasta el final, llevado hasta el extremo, llevado hasta el final de la vida, hasta la muerte y una muerte de cruz; es lo que conmemoramos ya no en jueves, sino en viernes santo, la entrega sacrificial de cruz, que con una mirada superficial parece el fracaso del proyecto humano de Jesús, pero con una mirada de fe, con una mirada más profunda entendemos, que su crucifixión y muerte, es simplemente la refrendación de toda la vida entregada de Jesús, la ratificación de su amor, que no es nada distinto sino, amar entregando la vida o como decía Jesús: “Nadie tiene amor más grande, que aquel que da la vida por sus amigos” y Jesús dio la vida por todos nosotros. Finalmente, de este relato de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo, leído y meditado solemnemente en este domingo de Ramos, ya no hablamos del amor de jueves santo, ni de la entrega de viernes santo, sino de la nueva vida que recibimos de Jesús una vez Resucitado y cuya celebración tenemos, en la noche del sábado que abre el gran domingo de Resurrección, porque el final de la vida de un cristiano no es el fracaso, no es el triunfo del mal, no es la muerte como el término último de la vida, sino, que en definitiva el final de la narrativa cristiana es la Resurrección del triunfo de la vida sobre la muerte y por tanto la victoria de la verdad y del bien sobre la mentira y sobre la maldad que a veces hemos conocido y nos ha escandalizado. Hoy reconoce, que tú y yo estamos llamados a ser Pascua, paso a ir adelante en la vida y pasar muriendo a nuestro pecado, nuestro hombre viejo, a la vida nueva que nos da Jesús, para decir como afirma pascualmente san Pablo en Gálatas 2, 20: “Estoy crucificado con Cristo, en este mundo ciertamente; pero vivo contento de la vida del Hijo del hombre que me amó y se entregó por mí”, y sobre todo destacar esta expresión, “Ya no soy yo el que vive, es Cristo, Cristo el que vive en mí”. Esto es la Pascua, este es el sentido y término último de la Semana Santa, sino no damos un paso para ser hombres y mujeres nuevos, para experimentar la vida del Resucitado, tal vez la Semana Santa se nos quedará, en ritualidades, procesiones, discursos, reflexiones; pero no habremos entendido que Jesús vino al mundo para mostrarnos el camino de una vida nueva, una vida en plenitud, una vida abundante, que solo se alcanza cuando dejamos que el Espíritu del Resucitado habite dentro de nosotros. Que el Señor te bendiga en abundancia en este Domingo de Ramos y te permita una bienaventurada Pascua del Señor y tú, dar un nuevo paso en tu vida personal y espiritual y te bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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