¡Hermano mayor, hermano menor!

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REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO San Lucas 15, 1-3. 11-32 Lecturas del día de Hoy: Primera Lectura: Jos 5, 9a.10-12: En aquellos días, el Señor dijo a Josué: -Hoy os he despojado del oprobio de Egipto. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ácimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán. Palabra de Dios. Te alabamos Señor Salmo de Hoy: Sal (34)33 ,2-3.4-5.6-7: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Gustad y ved qué bueno es el Señor. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Gustad y ved qué bueno es el Señor. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. Gustad y ved qué bueno es el Señor. Segunda Lectura: 2Co 5,17-21: Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Palabra de Dios. Te alabamos Señor Evangelio de Hoy: Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3.11-32: «Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido». En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: - «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: - «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud * " Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Palabra de Dios. Gloria a ti Señor Jesús

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TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES Impresionante parábola conocida como la del Padre misericordioso o del hijo pródigo, no deja de sorprendernos, no solamente por la riqueza de sus detalles, de los cuales siempre sacamos sabiduría y enseñanzas siempre nuevas para la vida. Hoy miremos esta parábola que ha salido en otros momentos del año litúrgico a partir de la imagen del hermano mayor y el hermano menor de dicha parábola. Saquemos una primera enseñanza mirando como el hermano mayor que representa un poco los fariseos de hace dos mil años, los de hoy y de todos los tiempos, nos muestran cómo se sienten llamados a heredar derechos por su primogenitura, se sienten llamados a recibir más. Cuántas personas conoces tú en tu vida que sólo hablan de tener derechos que no deberes, que se sienten “más llamados a ser atendidos, a ser de alguna manera saludados de manera especial, de ser adulados”. ¡Qué error!, se sienten hermanos mayores, llenos de orgullo. Por el contrario, el hermano menor que no heredaba los derechos es más humilde, más simple, más sencillo en su vida. Pero hay una segunda característica que encontramos en la parábola evangélica de hoy y es que el hermano mayor quizás se llama a derechos porque siente que se porta bien en la vida, que es más responsable, que es más juicioso y mira con algún desprecio y espíritu murmurador y critico a su hermano: “Mal gastador, vida loca, ovejita negra”. Somos tan dados a erigirnos en jueces de los demás cuando la Palabra de Dios nos dice: “Que uno solo es el legislador (el que hace la ley) y el juez (el que juzga sobre ella), y ese es Jesucristo, nuestro Salvador”. ¡Qué bueno si te portas bien! ¡Qué bueno si eres responsable! ¡Qué bueno si obras con juicio en tu vida! Pero no tienes derecho a murmurar, a juzgar sobre la vida loca, sobre la mala cabeza del hermano menor, una actitud que permanentemente reproducimos y que aquí está reflejada en la imagen de la parábola evangélica. En una tercera condición de estos dos hermanos, mientras el mayor es un poco orgulloso, se apoya en sus méritos y en sus buenas obras cuando le dice al Papá (que es la imagen de Dios): “Siempre he estado en la finca contigo, nunca te he dado dolores de cabeza, he trabajado responsablemente y a mí nunca se te ha ocurrido darme un cabrito para celebrar y hacer un asado con mis amigos”. En el fondo es olvidar que todo lo que hemos recibido en la vida no es por mérito propio, sino que es por gracia de Dios. De hecho, hay una famosa anécdota de la madre Teresa de Calcuta que, tomando un texto evangélico ante la pregunta de un periodista que la llamaba “la Nobel de Paz”, (la mujer más fotografiada en la historia, una mujer muy querida por la realeza europea y por los pobres de la India). Madre Teresa de Calcuta respondió con sencillez y verdad ¿qué tengo de carismas y de dones que no haya recibido todo de Dios? Y si todo lo que tengo lo he recibido de Dios, ¿de qué me puedo enorgullecer?, ¿de qué me puedo envanecer? Esto suele suceder con el hermano mayor, con el orgulloso que siente que es más inteligente, tiene más sindéresis, es más ponderado, se apoya en sus méritos. Por el contrario, ves en el hermano menor, que ciertamente es alocado, pero humillado se presenta ante su Padre y le dice con humildad: “Ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus siervos”. Ha sufrido, se ha arrepentido y cómo ha aprendido la lección en la vida. En una cuarta característica entre el hermano mayor y el hermano menor, vemos que el hermano mayor se siente sano y no enfermo, santo y no pecador, se siente en el copo del árbol, el hombre que todo lo ha hecho bien y es verdad de alguna manera. Por el contrario, su hermano menor no es sano, sino enfermo, no es santo, sino pecador, ha tocado fondo y a veces en la vida, aunque duela tocar fondo, es la única condición para que recapacitemos, reflexionemos y miremos qué hemos hecho con nuestra vida. Recordamos en el pasaje evangélico como este hombre que malgastó su fortuna en mala vida y con amigotes, cuando se ve sin dinero en un país extraño, le toca el oficio más humillante para un judío, cuidar cerdos y hasta comer las algarrobas que le daban como alimento a los marranos (sabiendo nosotros el olor que tienen las algarrobas). Hoy, si sientes que has tocado fondo en la vida por un tema de alcoholismo, porque tu hogar se desbarató, porque tu salud está muy mal, porque te sientes en una depresión profunda, clama desde lo hondo de tu corazón a Dios, que Él te escuchará, se acercará a ti, correrá a tu encuentro, te abrazará, te cubrirá de abrazos, besos, te pondrá calzado, sandalias nuevas, anillo de la alianza, un traje nuevo, una vida nueva. Créeme que no son los encumbrados los que Dios ama, sino los humillados que han tocado fondo, y recuerda la máxima evangélica: “Todo el que se enaltece será humillado, y, por el contrario, el que se humilla será enaltecido”. En una quinta enseñanza de esta parábola mirada desde el hermano mayor y el hermano menor, encontramos que el hermano mayor rechaza el vínculo de sangre con su hermano, no se alegra de su regreso, por el contrario, reprocha a su Padre Dios (imagen de Dios), la fiesta y el gasto que le parece inoficioso que ha hecho, cuando su hijo menor ha vuelto. Cómo contrasta esto con el hermano menor que en medio de su dolor, mientras el uno rechaza la familia y a su hermano, el otro busca la familia, busca su padre, se alegra de regresar y se siente contento y agradecido por ser acogido nuevamente. ¡Qué impresionante imagen!, pero es la realidad de la condición humana. Avanzamos en nuestra reflexión y en un sexto momento encontramos, que el hermano mayor, amado por el Padre Dios, no siente ese amor, sino que le reclama: “Que nunca le ha permitido hacer una fiesta, que no le ha dado un cabrito para que sacrifique y lo coma en asado con sus amigos”. Cuando el Padre Dios le dice: “Hijo, todo lo mío es tuyo, esta finca, esta vida siempre ha sido tuya”. Y, por el contrario, el hermano menor, lleno de alegría, de gozo profundo, se siente amado por el Padre, cuando le hace la fiesta y mata, manda matar el ternero más gordito, más cebado, para hacer un asado, porque este hijo estaba perdido y lo hemos encontrado, estaba muerto en el mundo y ha vuelto a la vida. Concluimos mirándonos nosotros en estas dos imágenes en una séptima característica o enseñanza, donde el hermano mayor niega el vínculo de sangre con su hermano y habla de él diciéndole al padre: “Ese hijo tuyo” (no dice hermano mío, sino hijo tuyo), pero el Padre Dios con dolor le dirá: “También además de ser hijo mío, tu hermano menor es hermano tuyo y te pido que lo aceptes, no lo rechaces”. Cuántas veces has dejado de hablarle a un hermano porque me robó este dinero, porque es un drogadicto, porque ha hecho sufrir a mamá, porque es una porquería, porque es una cabecita loca, una ovejita negra y descarriada. Qué juicio tan severo el tuyo desde tu posición de hermano mayor y olvidas que Dios te ha dado mejor cabeza, más juicio y que tu hermano loco, que nadie lo niega, también tiene derecho a una segunda oportunidad. Concluyamos diciendo ¿nosotros de qué lado estamos? ¿Somos el hermano mayor?, ¿somos los fariseos que se sienten mejores, superiores, distintos y jueces de los que se equivocan? O ¿somos la imagen del hermano menor, pecadores, arrepentidos, que hemos sufrido, que hemos tocado fondo, pero que volvemos al Padre Dios confiando en su misericordia? y la encontró toda del Padre Dios, no la encontró para nada la misericordia de su hermano mayor. Con razón el rey David, frente a lo que le propone el profeta de castigos, por su adulterio dirá: “Cualquier castigo que me llegue, que sea de manos de Dios, porque prefiero ponerme en las manos y en el juicio de Dios, antes que colocarme frente a las manos y frente al juicio de los hombres”. Que tú y yo no tengamos que tocar fondo en la vida, para dejar de ser tan duros, tan crueles, tan murmuradores, tan jueces severos con aquellos cercanos que se han equivocado en la vida. Nunca lo olvides, aunque te sientas bueno, todos somos de barro, todos somos pecadores. Que el Señor te bendiga en abundancia en este día. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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