¡Llevamos un tesoro en vasijas de Barro!
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REFERENCIA BÍBLICA DEL EVANGELIO
Mateo 20, 20-28
Lecturas del día de Hoy:
Primera Lectura: 2 Corintios 4, 7-15
Hermanos: Llevamos un tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos. Por eso sufrimos toda clase de pruebas, pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos.
Llevamos siempre y por todas partes la muerte de Jesús en nuestro cuerpo, para que en este mismo cuerpo se manifieste también la vida de Jesús. Nuestra vida es un continuo estar expuestos a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, y en ustedes, la vida.
Y como poseemos el mismo espíritu de fe que se expresa en aquel texto de la Escritura: Creo, por eso hablo, también nosotros creemos y por eso hablamos, sabiendo que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos colocará a su lado con ustedes. Y todo esto es para bien de ustedes, de manera que, al extenderse la gracia a más y más personas, se multiplique la acción de gracias para gloria de Dios.
Palabra de Dios. Te alabamos Señor.
Salmo de Hoy:
Sal 67(66), 2-3.5.7-8 (R. 4)
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga;
que le teman los confines del orbe.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Evangelio de Hoy:
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 20, 20-28
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: "¿Qué deseas?" Ella respondió: "Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino". Pero Jesús replicó: "No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?" Ellos contestaron: "Sí podemos". Y él les dijo: "Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado".
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos".
Palabra de Dios. Gloria a ti Señor Jesús.
Description
TRANSLITERACIÓN REFLEXIÓN PADRE CARLOS YEPES
¡Llevamos un tesoro en vasijas de Barro!
En este día la Iglesia celebra la fiesta litúrgica del apóstol Santiago, hermano de Juan, ambos hijos del Zebedeo y muy cercanos a Jesús, junto con el apóstol san Pedro.
Nos muestra la historia de un gigante de la fe, Santiago, y a partir del evangelio de hoy de san Mateo capítulo 20, se nos muestra la versión de la madre, en otros evangelistas son ellos mismos los que dirigen una súplica a Jesús, “pidiendo estar en los puestos de honor, derecha e izquierda, cuando Jesús como Mesías, como Rey grandioso, constituya su Reino”.
Jesús, ante semejante necedad, les dice, de alguna manera cuestionándoles: “No saben lo que piden, ¿acaso son capaces de beber el cáliz de sufrimiento y de cruz que Yo he de beber?”
Ellos contestan: “Lo somos”, y Jesús les replica: “Mi cáliz lo beberán, pero el puesto a mi derecha, o a mi izquierda (puestos de honor en el Reino), no me toca a mí concederlo, sino que está reservado para mi Padre del cielo”.
Terminará el evangelio diciendo: “Que los otros diez discípulos se indignaron con Santiago y Juan, pero Jesús los reúne diciéndoles, que los jefes y gobernantes del mundo los tiranizan y oprimen; pero que, en la comunidad cristiana, la autoridad no se puede ejercer como tiranía o abuso sobre los demás, sino que, por el contrario, debe ejercerse como servicio, y el que quiera ser grande entre todos, que sea el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el último, y el esclavo. Porque Jesús ha venido no para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.
Saquemos tres enseñanzas para nuestra vida.
La primera, reconozcamos el proceso de maduración en la fe del apóstol Santiago, que pasó de pedir los primeros puestos, los lugares de honor para quedar bien frente a los hombres, a entregar su vida y beber el cáliz de salvación, cuando muere precisamente decapitado y termina así su vida, dando testimonio del Señor.
Efectivamente, es el rey Herodes Agripa I, hacia el año 43 o 44, cuando manda decapitar, cortarle la cabeza al apóstol Santiago.
Pero aprendamos una segunda enseñanza, el evangelio que al principio y de entrada nos parece romántico, tiene exigencias, incomprensiones, dificultades. Como lo enunciaba en su momento el apóstol san Pablo: “Participa, (le dice al evangelizador) en los duros trabajos del evangelio, siendo nosotros vasijas de barro, hombres frágiles y llenos de limitaciones”.
En el fondo es una invitación a llevar en el cuerpo la muerte de Jesús y es la misión del apóstol que vive todo tipo de dificultades, según narra la primera lectura, cuando afirma: “Llevamos el tesoro del ministerio de la predicación del evangelio en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de lo humano, de nosotros mismos”.
Y empezará el apóstol san Pablo a hacer un elenco, una lista, una seguidilla de afirmaciones sobre la exigencia del evangelio afirmando: “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan, estamos apurados, pero no desesperados, acosados, pero no abandonados. Nos derriban, pero no nos aniquilan, en toda ocasión y por todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así la muerte está actuando en nosotros, y la vida de Cristo está resurgiendo en ustedes”.
Y terminará el apóstol diciendo: “Creí en Jesús, por eso hablé, también nosotros ahora creemos y por eso hablamos, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con ustedes”.
Qué hermosa y expresiva la lectura primera de hoy, que nos muestra tantas dificultades, tantos sufrimientos de los verdaderos evangelizadores, de los profetas de Cristo auténticos, de aquellos que no acomodan el mensaje del evangelio; sino que, en su fidelidad, saben entregarse al Señor, más allá de pruebas dolorosas, más allá de sufrimientos, de acosos, apreturas y golpes.
Terminemos nuestra reflexión con el precioso salmo de hoy, cuando nos invita a cantarle al Señor: “Los que sembraban con lágrimas ahora cosechan entre cantares y con alegría”.
Y meditamos en las estrofas del salmo: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sion, nos parecía soñar, la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían, el Señor ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
Nunca lo olvides, Jesús no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos, y este es el gran mensaje de todos los evangelizadores, ¡Vivir para dar la vida, y aquí está la gran alegría y el gran sentido y plenitud para nuestra existencia!
Que el Señor, bendiga tu vida, te ayude a entender este mensaje profundo, sabio y exigente. Y te bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.